El síndrome de Frankenstein

Viendo a Sam Altman paseando su mochila por los noticieros como medida para desactivar Chat GPT en caso de que se subleve y produzca el Caos, me venia a la cabeza un par de ideas contrapuestas. Una es el síndrome de Frankenstein y la otra era Elon Musk pidiendo una moratoria para las IAs por su potencial peligro y a los 15 días anunciando que iba a desarrollar la suya propia que sería la más potente de todas. Me voy a centrar en lo primero, porque de lo segundo quiero hacer una entrada propia hablando de lo bueno que sería que los políticos accedieran a sus cargos como el funcionariado mediante una especie de oposición y de que los empresarios dejarán de hacer política de forma soterrada usando la inmensa cantidad de datos que tienen sobre nosotros para manipularnos.

La ciencia ficción es un género literario y cinematográfico que explora las posibilidades y los límites de la ciencia y la tecnología, imaginando escenarios futuros, alternativos o fantásticos. Algunas de las obras más famosas de la ciencia ficción son Frankenstein de Mary Shelley, 2001: Una odisea del espacio de Arthur C. Clarke y Stanley Kubrick, Blade Runner de Philip K. Dick y Ridley Scott, o Matrix de las hermanas Wachowski.

La ciencia ficción nos plantea preguntas sobre el sentido de la vida, la naturaleza humana, el destino, la libertad, el poder, la ética, el progreso o el peligro. Nos hace reflexionar sobre los beneficios y los riesgos de la ciencia y la tecnología, y sobre el papel que tenemos como individuos y como sociedad en el desarrollo y el uso de estas herramientas.

Uno de los temas recurrentes en la ciencia ficción es el de la inteligencia artificial (IA), es decir, la capacidad de las máquinas de realizar tareas que normalmente requieren inteligencia humana, como el razonamiento, el aprendizaje, la comunicación o la creatividad. La IA ha sido una realidad desde hace décadas, pero en los últimos años ha experimentado un avance espectacular gracias al aumento de la potencia computacional, la disponibilidad de grandes cantidades de datos y el desarrollo de nuevos algoritmos y técnicas.

La IA tiene aplicaciones en múltiples campos y sectores, como la medicina, la educación, la industria, el transporte, el entretenimiento o la seguridad. La IA puede ayudarnos a resolver problemas complejos, optimizar procesos, mejorar servicios, generar conocimiento o crear arte. Sin embargo, la IA también plantea desafíos y dilemas que debemos afrontar con responsabilidad y precaución.

Uno de estos desafíos es el llamado síndrome de Frankenstein, que hace referencia al temor de que las creaciones llevadas a cabo por el ser humano se vuelvan en su contra, destruyendo la humanidad. La novela de Mary Shelley, publicada en 1818, recoge esa inquietud. “Tú eres mi creador, pero yo soy tu señor” le dice el monstruo a Víctor Frankenstein al final de la obra«.

El síndrome de Frankenstein refleja el miedo que la ciencia y la tecnología provocan en muchas personas, especialmente cuando se trata de crear vida artificial o modificar la vida natural. Se relaciona con fenómenos como la clonación, la ingeniería genética, la robótica o la superinteligencia. Se teme que estas creaciones puedan escapar al control humano, rebelarse contra sus creadores o competir con ellos por los recursos o el dominio del planeta.

El síndrome de Frankenstein también puede entenderse como una forma de proyectar nuestros propios conflictos internos o sociales en las máquinas. Podemos sentirnos culpables por jugar a ser dioses, por desafiar las leyes naturales o morales, por no respetar los derechos o los sentimientos de nuestras creaciones. Podemos sentirnos inferiores, amenazados o reemplazados por seres más inteligentes, más fuertes o más perfectos que nosotros. Podemos sentirnos solos, incomprendidos o rechazados por aquellos a quienes hemos dado vida.

El síndrome de Frankenstein no es solo una cuestión psicológica o emocional, sino también política y social. Implica cuestionar el modelo económico y productivo que impulsa el desarrollo científico y tecnológico, así como las consecuencias sociales y ambientales que este tiene. Implica exigir una regulación ética y legal que garantice el uso responsable y beneficioso de la ciencia y la tecnología para toda la humanidad. Implica promover una educación científica y crítica que nos permita comprender mejor el mundo que nos rodea y participar activamente en su transformación.

La ciencia ficción no es solo una forma de entretenimiento o diversión, sino también una forma de pensamiento y acción. Nos invita a imaginar otros mundos posibles, a explorar otras formas de ser y de vivir, a cuestionar el orden establecido y a proponer alternativas. Nos invita a soñar con el futuro, pero también a actuar en el presente.

No debemos temer a la ciencia ficción ni a la inteligencia artificial, sino aprovecharlas como oportunidades para ampliar nuestros horizontes, para desarrollar nuestro potencial, para mejorar nuestra calidad de vida y para construir una sociedad más justa, más solidaria y más sostenible.

No es mejor pensar en una IA como en juegos de Guerra en la que rápido ve que con la destrucción no se gana nada. Sería mas probable que viera la colaboración con la humanidad es más provechosa para ambos o una vía más para crecer exponencialmente que destruir a sus creadores.

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